domingo, 1 de junio de 2014

Reflexiones sobre la música en directo

Éste no es un post convencional de mi Rayuela Musical, y quizás es más propio de Ésta es la historia de un ruidito, pero la temática va en relación a lo que mueve que yo mantenga este blog, así que he optado por publicarlo aquí. 

Es la adaptación de una serie de tweets que he publicado esta mañana para justificar la conclusión a la que he llegado tras mi vuelta al Primavera Sound (el 2009 fue mi último año), así que el texto empieza con ella.

El PS no es un festival hecho para mí. Hay muchas cosas frías en esta vida, y también muchos borregos. Para mí, la música en directo no es eso. Puede que disfrute en el festival de otras cosas, cierto, y que el festival me permita ver grupos que de otra manera no vería (porque sus giras no pasan por aquí), o flipar descubriendo el directo de grupos que ni los conocía, ni los tenía en mis preferencias, ni se ajustan al estilo de música que me gusta (Esta edición ha sido Seun Kuti & Egypt 80).

Por poner algunos ejemplos: la sonrisa constante del viernes viendo a Supertrópica en el Microclima Sound, un festival organizado en una minúscula (pero con enormes iniciativas) tienda de discos (Ultra-local Records); el quedarse con la boca abierta durante todo el concierto de Jonathan Wilson en su concierto del Faraday; todas y cada una de las emociones en la plaza del Trigo del Sonorama año tras año; o la piel de gallina y las lágrimas de verdad viendo a artistas que admiro en un teatro o auditorio (siempre fue mi escenario preferido los años seguidos que fui al PS). Son momentos que en las condiciones que se realiza el Primavera Sound, no se pueden vivir. La esencia de la música en directo se acaba perdiendo por el camino, y a mí me da la sensación de estar en el lugar equivocado. Y no hablo de disfrutar, porque anoche me lo pasé en grande viendo a los grupos que tenía ganas de ver. Canté como una loca las canciones de Mishima, que hicieron que parara de llover; se me cayó la baba con Jonathan Wilson y su sombrero, a pesar de enfadarme con él por no tocar el Love to love; me aburrí viendo a Television pero fue perfecto para huir y reencontrarme con un amigo; viví la energía y el positivismo de Spoon y reconocí sus temazos; me quedé embobada con la voz de Justin Vernon y la entrega de su guitarrista en el concierto de Volcano Choir; Seun Kuti & Egypt 80 me demostraron que las etiquetas en la música no sirven para nada; y vibré con el control absoluto del ruido por parte de Mogwai. Pese a todos estos grandes momentos, al acabar la jornada a ninguno de estos conciertos le pude poner cinco estrellas como he hecho otras veces, porque resulta que la última estrella es la de la emoción y en un festival tan grande, frío y masificado, las emociones se desvanecen o se convierten en algo contagioso provocado por el ambiente eufórico que, en mi opinión, no es real. 

Así que brindo por todas las propuestas musicales que me proporcionan esa quinta estrella, por todos esos músicos que consiguen conectar con el público de tú a tú, que te miran y sonríen mientras cantan o tocan, que te hacen sentir que no eres uno más, que notan que estás disfrutando porque ellos también lo están haciendo, retroalimentando esa empatía mutua que hace que la música en directo consiga ser algo realmente mágico. 

1 comentario:

  1. La magia y la atmósfera de disfrutar de la cercanía de tus bandas favoritas en una sala de tu ciudad, en un teatro no es comparable con la experiencia de un festival. No evito un festival ni mucho menos, solo que las mejores experiencias y recuerdos las he tenido cuando tenía al grupo delante mía, tocando eternamente. Dicho concepto no lo pude vivir en ningún festival.

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