miércoles, 30 de septiembre de 2015

Sufjan Stevens y el niño que (aún) lleva dentro

Foto de Dani Cantó

Ayer llegué a l'Auditori del Fòrum convencida de que iba a ver uno de los conciertos del año, ya que, por un lado, todo el mundo me había hablado maravillas del directo que Sufjan Stevens dio en el Primavera Sound 2011 y que yo me perdí; y por otro, porque iba a escuchar en vivo un disco que me parece una maravilla, como ya os dije por aquí

Casi 50€ por un concierto no los pago todo los días, así que allí me fui a hacer cola una hora antes de que abrieran puertas para poder ver de cerca el espectáculo sublime que creía que iba a presenciar por ese precio. 

Después de Austra, un grupo que en mi opinión sería un candidato perfecto para ganar Eurovisión, apareció Sufjan con su banda, arropados en todo momento por unas proyecciones fantásticas y muy acordes con cada canción.
Después de la intro con Redford (For Yia-Tia & Pappou), la banda interpretó cada una de las canciones del nuevo disco, sin dejar hueco a ninguna antigua. Death with dignity fue, como en el álbum, la carta de presentación. Y con ella yo ya vi que aquello no iba a ser como había soñado.

El de Michigan parecía un niño indefenso e inseguro que había salido al escenario a cantar sus canciones por primera vez. No venía a defenderlas con la actitud que ello requiere. La tensión de lo que podrían ser nervios acumulados o pánico escénico, provocó que desafinara en varias ocasiones y que el frío congelara toda la parte emocional del maravilloso álbum. 
Se puede presumir de falsete, dominar la técnica de cantar con aire (susurro) y usar el ataque glótico para los agudos, pero si se hace, por favor, que sea con seguridad, transmitiendo al público que es tu decisión hacerlo así. Alejarse del micro en los momentos que los allí presentes más necesitan sentir al cantante cerca o que el técnico cargue la voz de mil efectos que rellenan todas las carencias (esto sucedía sobre todo cuando Sufjan cantaba al piano) es, al fin y al cabo, para mí, engañar a los fans. 

A la media hora de concierto me dio la impresión que la voz de Stevens empezaba a mejorar, pero era una falsa alarma, porque a los 40 minutos aún se le oía suspirar de alivio al acabar alguno de los temas. Estaba claro que no se sentía cómodo y lo peor de todo es que, sin darse cuenta, estaba contagiando ese malestar a algunos de los asistentes (yo entre ellos). 

Se intuía hacia dónde iba el desenlace del concierto tras el giro electrónico que la banda dio a Fourth of July y All of me wants all of you, haciéndolas crecer hasta acabarlas con un final extraornamentado. Si bien es cierto que esta estrategia dio un poco de juego al setlist - formado íntegro por el tracklist de Carrie & Lowell (2015), que en general es bastante plano y carece de dinámicas -, a mí me pareció un poco fuera de lugar si lo que se venía a presentar era un disco delicado y altamente emocional. Pero como decía, era el presagio de cómo acabaría el concierto: un pasaje instrumental excesivamente largo para mi gusto (más de 10 minutos), en el que la banda parecía querer emular a Sigur Rós o los mismísimos Pink Floyd.


Estos fueron, para mí, los puntos débiles del concierto, y lo que hizo que un directo de cinco estrellas acabara siendo de cuatro. Pero no quiero que esto parezca una crónica en la que pese sólo lo malo. Hubo muchas cosas buenas, empezando por los musicazos que lleva en su banda. Qué manera de tocar y qué manera de moverse por el escenario. Mi favorita, Dawn Landes, la chica que lo acompaña, que pasó por todos los instrumentos e hizo una actuación impecable de coros. Eso hizo que mis momentos preferidos del concierto fueran cuando cantaban a dúo, especialmente en el bis, con los hits que la mayoría estábamos esperando.
Con los primeros arpegios de John Wayne Gacy Jr. llegó la piel de gallina, el único instante en el que el estadounidense rozó las altas expectativas que yo tenía. No recordaba tres minutos tan extremadamente intensos durante un concierto. Debió de ser la emoción acumulada que por fin pudo liberarse. El cierre con Chicago hizo que se me olvidara por completo el niño que había visto al principio del concierto. Me encontré entonces con un Sufjan Stevens sin miedo, y que llenaba el escenario enorme que tenía bajo sus pies. 

Me fui a casa dándole vueltas a su actuación, y sigo haciéndolo. ¿Puede ser que la temática de un disco se apodere tanto del artista? ¿Puede ser que cantar sobre tu tumultuosa infancia te teletransporte a esa época y acabes actuando como un niño? Después de lo de ayer, creo que no hay nadie mejor que Sufjan para responder a estas preguntas. 

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